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Nadie está libre de deudas


Vivo desde la gratitud que palpita y centellea en cada una de mis células, que me brota como un río por los poros ante tanta efusión del Amor Divino.


Soy el diseño y obra perfecta de sus santas y venerables manos que me sostienen.


Por ello rindo mi vida en adoración incesante y continua que espero poder tributarle sin pausa hasta aquel glorioso día en que el espíritu que me dio suba de nuevo hasta mi Padre Creador.


Amo la vida que soy, la que recibo y la que doy, la que cultivo y la que cosecho, la del deber y a la que tengo derecho.


Como cristiano, estoy conciente de que en todo momento debo comunicar con mi vida que soy un signo visible del reino de los cielos que ya está aquí, dejando en todas aquellas personas con las que interactue la santa fragancia de Cristo.


Nadie en esta vida está libre de deudas.


El balance entre lo que damos y lo que recibimos arroja siempre un saldo negativo de lo primero con respecto a lo segundo. Por más generosos que seamos, la Bondad Suprema que se expresa en y a través de todo lo creado, nos supera.


Por tal motivo, es de sabios aprender a reconocer con humildad los favores recibidos, para disponernos a dar gracias en cada despertar, y para empezar a vivir desde la gratitud, la cual predispone e inclina nuestro espíritu para la solidaridad.


Empecé a ser verdaderamente rico cuando comprendí que había una fórmula infalible de multiplicar mi bien y de experimentar la abundancia, que era y sigue siendo resolver con lo que había y compartir de lo poco que tenía. Más aún, compartiéndome a mí mismo para poder estar asequible y disponible, como una viva ofrenda de amor al servicio del Cristo que mora en los otros.


“Lo que hicieron con uno de estos mis pequeños, conmigo también lo hicieron”. (Mt 25, 40)


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