La música en la liturgia. Plataforma sagrada para glorificar a Dios y contribuir a la santificación
“....... el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne”. Catecismo de la Iglesia Católica, 1156
La liturgia es asunto sagrado, la totalidad del Cristo en acción; celebración, Comunión y Fiesta donde la música viva y vibrante no solo siempre ha tenido su espacio, sino que también ha sido fuente de inspiración para los más grandes y famosos compositores de todos los tiempos, que por su hermoso legado figurarán por siempre en la galería de los clásicos e inmortales.
Y es que la música es eterna. Puede quedarse temporalmente dormida, más sus latidos traspasan las barreras del silencio, para dejarse escuchar en el audible tic tac de los tiempos.
Dentro del contexto litúrgico la música participa de la alabanza a Dios donde toda la comunidad, la asamblea de los bautizados del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza es quien celebra.
Participa de la música no solo quien ejecuta un instrumento de cuerda, de tecla, de percusión o de viento, sino también los cantores aportando su voz como instrumentos vocales.
Tanto el instrumentista como el cantor han de comprender que su servicio en y por la iglesia es la respuesta al llamado de Dios que sabiendo de antemano la vocación con la que les distinguió, espera pacientemente que de manera voluntaria y consciente le sea consagrada como ofrenda agradable que perfume el ambiente celestial de la comunidad.
Lo ideal sería que en la medida que seamos poseídos por Cristo para poder comunicarlo a los demás, igualmente seamos poseídos por la música para expresarla en la plenitud de su poder como una herramienta necesaria y vital al servicio del Reino.
Cuando el canto y la música se tornan en oración de belleza expresiva, facilitando la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos, resaltando el carácter solemne de la celebración, se hacen partícipes de la finalidad de las palabras y de las acciones litúrgicas que no es otra que darle gloria a Dios y la santificación de los fieles.
En la medida que el canto, la música, las palabras y las acciones expresen armónicamente la riqueza cultural del pueblo que la celebra, las voces de los fieles resonará como algo suyo, pensado por Dios para ellos y a su justa medida, lo que facilitará su comprensión y disfrute.
Y si en adición a esto el canto sagrado es tomado de la Sagrada Escritura, de las fuentes litúrgicas, o inspirado en las mismas, el sello de la doctrina católica quedará estampado en cada interpretación como un auténtico signo que realiza la maravilla que significa: hacer presente y comunicar la obra del Padre realizada por el Hijo amado.
Como podemos ver, la música en la liturgia tiene un carácter trascendente, por lo que quienes hemos sido escogidos y llamados por Cristo para servir desde esta plataforma sagrada no debemos tomarnos nuestra función de manera superficial y a la ligera, sino más bien a la altura de la dignidad que se nos ha conferido, procurando siempre crecer en santidad, en la medida que nos ocupamos de mejorar cada día en pro de un mejor desempeño de nuestro ministerio, que para la gloria de Dios avance progresivamente hasta el grado de la excelencia.