Cómo tocar el alma de las personas y endulzar los ambientes familiares
Pronunciaría yo "palabra de desconocimiento" si dijera que tu familia o la mía está completamente libre de heridas emocionales, de malos hábitos, o enfermedades.
Tal cosa aún no existe, pero es una utopía a la que podemos aspirar.
La sanación en la familia ha de ser un proceso continuo que si se interrumpe, como la mala hierba, el mal vuelve a brotar.
La fórmula para una familia sana ya Jesús la ha provisto. No hay necesidad de "enredarse la cabuya" pretendiendo inventar nuevas y exóticas teorías en este asunto. La única palabra que lo encierra todo sin dejar ningún cabo suelto en esta materia, es simple y llanamente AMAR-NOS.
La familia es una comunidad de personas algunas de las cuales suelen traer su "mal de fábrica" a causa de situaciones adversas por las que tuvo que atravesar la madre durante la fase de gestación.
Otros adquirieron el mal al momento de nacer, durante niñez, la adolescencia, juventud, o en su relación de matrimonio.
Y cuando decimos "el mal", nos estamos refiriendo básicamente, pero sin limitarnos a ello, a heridas emocionales que al no ser atendidas a tiempo se fueron ahondando y complicando hasta llegar a manifestarse en forma de crisis en las relaciones.
Para Dios Padre, la sanación de sus hijos es algo de tanta importancia que la palabra sanar aparece en la Biblia 870 veces.
Y si en la iglesia hablamos de sanación es por mandato de Jesús.
El dijo: ¡Vayan y sanen a los enfermos!
Y es que como sabemos, las heridas y las enfermedades incapacitan a la persona para vivir la abundante vida que Cristo Jesús nos ofrece.
Yo vine para que tengan vida, y vida en abundancia dice el Señor.
Así que este es y será siempre un tema de palpitante actualidad en nuestra iglesia.
La enfermedad del individuo le viene de la familia y regresa a ella agravándola aún más, siguiendo su curso hacia la iglesia, y llega a toda la sociedad.
Una situación cada vez más caótica en la que el hombre por sí mismo no ha sido capaz de dar "pie con bola."
Pero bendito sea Dios Padre que nos ha dado en su hijo Jesús al Doctor de los doctores, cuyas prescripciones nunca fallan siempre y cuando estemos dispuestos a hacer como dice la Madre: todo lo que él diga.
En otro orden, el ser humano es un ente de relación. No puede vivir incomunicado ni en estado de aislamiento del resto de sus semejantes.
Las relaciones personales son determinantes para que las personas sean desgraciadas o felices.
Sin embargo, con demasiada frecuencia se dan relaciones conflictivas y tóxicas al interactuar con los demás.
DOS MANERAS DE AFRONTAR EL CONFLICTO
Los conflictos en las relaciones con mucha frecuencia no son más que apariencias detrás de las cuales se ocultan dudas, frustraciones, traumas, y temores.
Y en esos casos, no es que la persona que los está causando lo haga deliberadamente, sino que son respuestas inconscientes de alguien que teniendo un déficit de amor en su corazón, termina lastimando e hiriendo a los otros como una forma ruda de pedir auxilio, de llamar la atención porque como ya se ha dicho por ahí: QUIEN ESTÁ HERIDO HIERE.
Pero la relación se complica aún más, si la víctima ofendida, al no comprender las causas profundas que originan tal comportamiento, empieza a hacer juicios basados en la superficialidad de lo que alcanza a ver, o en el peor de los casos, a tomar represalias, con lo cual le estaría agregando más leña al fuego de la discordia.
A esto le podríamos llamar, el NIVEL DEMONÍACO de afrontar el conflicto, cuyo resultado es y será siempre catastrófico.
Es en este nivel donde se dan los casos de indiferencia, gritos, amenazas, insultos, humillaciones, agresiones físicas, demandas judiciales, separaciones, divorcios, y muy tristemente homicidios y suicidios.
Pero así como hay un NIVEL DEMONÍACO para afrontar el conflicto, tenemos también, por fortuna, el NIVEL CRÍSTICO.
Fíjese bien que no estoy diciendo CRITICO, sino CRÍSTICO.
Afortunadamente, en "La Regla de Oro" que nos manda a tratar a los demás como nos gustaría ser tratado, Jesús no solo nos da la clave perfecta para que nuestras relaciones sean pacíficas y armoniosas, sino también para hacer una de las cosas más significativas a la que un ser humano pueda aspirar en esta vida, que es tocar el alma de las personas, y con ello a endulzar nuestros ambientes familiares.
Esto es asumir nuestras relaciones con un corazón misericordioso que lata al unísono y al compás del corazón de los otros.
Y así, en la medida que aplicamos la "Regla de Oro" en el seno de nuestra familia, el caudal de un río de misericordia empieza a irrigar los corazones duros y secos, los conflictos empiezan a desaparecer, y no tardará el día en que una primavera de amor se despierte en nuestros hogares con cada amanecer.