Soy un Orodependiente
Soy un orodependiente. No me avergüenza decirlo. Y aclaro de una vez que esa dependencia no es del precioso metal amarillo. ¡Vaya, ni que fuera un joyero!
Mi confesión se refiere a que dependo totalmente de la oración. Dependencia que abarca tanto mi parte física, así como la mental y la emocional.
Francamente, sin la oración no fincionó, me vuelvo una mojiganga. Sin embargo, lejos de ser un trastorno que me perturbe, esa condición trae orden, sociego, paz, fortaleza, luz y armonía a mi vida.
De manera formal, mi tiempo de oración es al levantarme y al acostarme, más sin embargo, a cualquier hora del día, tras bastidores y sin importar lo que esté haciendo, casi siempre tengo en mi mente un pensamiento de Dios.
Que me corrija alguien si a esto no fue a lo que se refirió el apóstol Pablo cuando habló de orar sin cesar.
La oración, sea esta de manera audible, silente o contemplativa, es el vínculo por excelencia para comunicarnos con Dios. Jesús también dependía de ella para todo.
Necesitaba estar siempre en estrecho contacto con su Padre. Hasta se apartaba de sus discípulos para asegurarse que nada ni nadie interrumpiera esa comunicación.
La oración le permite al orante colocarse de ipso facto en la mismísima presencia de Dios. Y sólo en su Santísima Presencia somos capaces de experimentar ese estado de plenitud, donde nada nos falta, porque en definitiva nuestro anhelo mayor, nuestro deseo más profundo no es tanto recibir lo que él tenga para darnos, sino lo que él es, recibirlo a él.
Quien pueda comprender esto se centrará en buscarlo, y al encontrarlo recibirá también sus añadiduras.
Puedo orar sin apegarme Al móvil de mi oración Y sin temor que la misma Quede sin contestación Porque sabe a quien le oro Que quien ora claro tiene Que su Dador le dará Todo lo que necesita Claro está, si le conviene.
Jesús fue enfático al animarnos a orar con insistencia cuando dijo: Pidan y recibirán; busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Pero también recibimos de él un pedagógico regaño por no saber pedir.
¿Y quien quita si con ese "sagrado boche" se refería al hecho de que somos muy dados a pedir demasiado cosas y nada de su presencia? No siempre nuestra oración ha de ser para que cambien las cosas, sino más bien para que cambie nuestra actitud hacia ellas. Sin embargo, al orar hay quienes "doblan rodillas" pero mantienen la mente rígida.
Cuando nuestra oración refleje la sincronía perfecta entre lo que creemos, lo que pensamos, lo que decimos, lo que sentimos y lo que vivimos; antes de que clamemos, ya Dios nos habrá dado su respuesta.
Vivamos nuestra oración, y hallaremos contestación. "Antes de que llamen les responderé, y antes que terminen de hablar habrán sido atendidos". Is 65.24